Mi compañera se llama Makalu, una morena nepalí de 35 años, de raza negra y ancestros celtas, que expresa su poderosa y suave piel que llevo sobre mis espaldas. Sus amorosos brazos se enganchan a mis hombros como los tentáculos de un pulpo, y sus mórbidas piernas juguetean entrecruzadas sobre mi cintura... ¡Cuánto calor! ¿Cómo fueron sus días pasados, allá en esa tribu lejana de los Boriken, el paraíso de los sueños? Nada importa, ahora caminamos juntos y compartimos la belleza del ayer, que sólo es Amor... Lo que no es Amor, es mentira, y lo que es mentira tan sólo un loco puede considerarlo verdaderamente (ah, ¡esa locura de vivir para morir!, la "gran" obra humana que se expande en el tiempo y en el espacio, y no es más que el escueto aleph que contempla el iluminado, ángel, bebé o animal...). El Amor no está en el pasado, sino en el eterno presente de la vida; ¿cómo iba a estar en el pasado lo que ahora está aquí? Bienaventurados los que aprenden, porque trascendieron el aprendizaje y abrazaron la verdad de sus vidas en el eterno Conocimiento. Bienaventurados los sencillos, porque no buscan escusas para apegarse más a lo que les perjudica. Bienaventurados los que escuchan, porque es Dios quien les habla desde sus corazones. Bienaventurados los que aman, porque saben que ya no hay muerte. Donde todo es Amor, nada puede morir. La verdad del Camino es que todos somos peregrinos por el mundo. Y bendecimos los milagros como bendecimos nuestros errores, porque en ellos se oculta la verdad no reconocida de nuestra perenne abundancia, esa que la Madre Tierra expresa dando vida sin cesar, sin dependencia, sin mancilla, como una poderosa y sobrehumana Virgen María de barro y de fuego... Pues sí, mi novia se llama Makalu, una carga ligera para avanzar por los caminos de Dios... Y son las alas con las que abrazo el Infinito.
Jesús María Bustelo Acevedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario