sábado, 19 de septiembre de 2015

El Peregrino de la Capucha Negra



Hoy sé que no te escaparás de mí, el destino te agarra fuerte por el cuello, y ese destino está precisamente en mis manos... Como cada mañana, el ajetreo de los inquietos caminantes despierta hasta los demonios de las tinieblas. El fuego les aterra y prefieren el hielo de la negra madrugada; pero en ese fuego quisiera arrojarte yo, misterioso criminal... Y si no fuera por venganza (por justicia humana), al menos sí para salvar a quien pudiera arrancar de tus garras asesinas... Todos fuerzan una sonrisa, un gesto amable, un saludo cordial, un deseo afectuoso... Pero en el fondo saben que yo no soy como ellos: soy un intruso en tu búsqueda: un perro salvaje en un mar de ovejas que sólo quiere comerse al lobo. Gentes maravillosas que caminan por los senderos del mundo como los ángeles vuelan en el Infinito, dibujando sonrisas en el alma de los hombres, acariciando las canas de Dios y despertándole de su letargo... No son gentes de palabras porque su verdad no cabe en ellas... Son la inocencia pura danzando entre los árboles, bajo la protección de esos bosques sagrados que añoraban los pobres del mundo... ¿Pero qué me importa a mí todo esto, que sólo quiero ver rodar tu cabeza, estúpido peregrino de la capucha negra? Como si ese trapo grotesco pudiera ocultar tu sucio rostro, que de forma certera puede verse en tus manos manchadas de sangre... Un café aclarará mi garganta y también mis ideas, pero no, debo partir inmediatamente, no puedo retrasarme ni un segundo porque sé que tu muerte está en mi vida, que ya no tengo más principio que tu fin... Vamos, niña, súbete a mis hombros y partamos sin demora. Cinco y media de la mañana: sin problemas dejo atrás a los más madrugadores, avanzo hasta el bosque espeso, sin otra luz que la de la pálida luna y la de mis hambrientas pupilas, pupilas hambrientas de sangre y no precisamente de morcilla de Burgos... Todo se va a terminar para ti, mi enemigo fantasmagórico... Entonces tendré la paz anhelada, ¿pero cómo derramar tu sangre pudiera proveerme la paz? Me la quitará para siempre y más bien serás tú quien puedas descansar en paz. ¿Mas qué importa eso a quien ha decidido hacer lo que ya está hecho en su corazón? En mi corazón, donde murmuraban las caricias del Infinito, las alas de los ángeles de la Eternidad, ahora sólo golpea mi báculo justiciero aplastando tu cabeza... Y bien sabes que el motivo no es que desprecies mis versos, claro que no, ya te lo dije: tú limítate a leer y cállate la boca, ¡lector de mierda!... "¡Buen camino!", me ha exclamado alguien desde el otro lado del río, y suena como un reproche mucho más que como un sincero deseo; verdaderamente la muerte (y no la mía, por cierto) debe brillar en mis ojos a pesar de que las tinieblas me oculten el cuerpo entero... "¡Buen comino!", le respondo, asegurándome de que no me escuche... Ah, los caminos del mundo, mujeres y hombres de aquí para allá, ¿por qué no se estarán quietos? Como las estatuas, muertos eternamente... Quizás sea porque son dioses aunque no lo sepan, son los mártires de las burlas del destino; y avanzan cargando con su cruz, aunque la cruz se llame su bicicleta o su mochila. Y tú también te mueves, pero vas destruyendo la vida mientras sigue latiendo en ti. La vida será eterna, pero no tu vida de asesino. Y sé dónde estás, porque no soy menos que José ni hay Morfeo que pueda ocultarme la evidencia de tu muerte. Aguardas tras el viejo roble tu futura víctima y no hubo más futuro que mi báculo de hierro aplastando tus sesos... Ahora todas están libres de ti para siempre... Porque tú eres el Peregrino de la Capucha Negra, el despiadado asesino... ¿Cómo no ibas a serlo? Y ahora no podrá hacer más daño a tantas inocentes... ¿No lo entienden? Sí, sí, claro que sí, y yo he acabado con él... He acabado con el monstruo, estoy limpio... ¿Pero por qué me miran así? ¿Por qué me ponen esos grilletes en los tobillos? ¿Y esa camisa blanca, tan bonita, pero sin alas? ¡He sido Yo quien los ha librado de él! ¡El criminal ya está muerto, ya no puede hacer más daño...! ¿Dónde me llevan? ¡Todas sus víctimas ahora viven en libertad, eternamente! ¿Por qué me meten en esta horrible prisión? ¡Por qué!... Oh, ¿cuándo terminará esta horrible pesadilla? Se ve que allá arriba está amaneciendo, pero ¿cuándo lo hará dentro mí, Dios mío, cuándo...?

Jesús María Bustelo Acevedo

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